lunes, 2 de marzo de 2009

Verdades Amargas

Sólo hay tres voces dignas de romper el silencio: la de la poesía, la de la música y la del amor.

Yo no quiero mirar lo que he mirado
a través del cristal de la experiencia,
el mundo es un mercado en que se compra
amores, voluntades y conciencia.

Amigos...es mentira...no hay amigos,
la amistad verdadera es ilusión,
ella cambia, varia, se aleja y desaparece,
con los giros que da la situación.

Amigos complacientes sólo tienen
los que disfrutan de ventura y calma,
pero aquellos que abate el infortunio,
sólo llevan tristezas en el alma.
Si estamos bien, nos tratan con amor
nos buscan, nos invitan, nos adulan
mas si acaso caemos en desgracia,
solo por cumplimiento nos saludan.

En éste laberinto de la vida,
donde tanto domina la maldad,
todo tiene su precio estipulado,
amores, parentesco, y amistad.

El que nada atesora, nada vale,
y en toda reunión pasa por necio;
y por nobles que sus hechos sean,
lo que alcanza es la burla y el desprecio.

Lo que brille nomás tiene cabida,
aunque brille por oro lo que es cobre,
lo que no perdonamos en la vida
es el atroz delito de ser pobre.

La estupidez, el vicio y hasta el crimen
pueden tener su precio estipulado,
las llagas del defecto no se ven
si las cubre un diamante bien tallado.

La sociedad que adora su deshonra,
persigue con saña al criminal,
más, si el puñal es de oro,
enmudece el juez...y besa el puñal.

Nada hermano es perfecto, nada afable,
todo está con lo impuro entremezclado,
el mismo corazón con ser tan noble,
cuántas veces se encuentra enmascarado.

Que existe la virtud...yo no lo niego
pero siempre en conjunto defectuoso,
hay rasgos de virtud en el malvado
y hay rasgos de maldad en el virtuoso.

Cuándo veo a mi paso tanta infamia
y que mancha mi planta tanto lodo,
ganas me dan de maldecir la vida,
ganas me dan de maldecirlo todo.

A nadie a de herir lo que aquí digo
Porque ceñido a la verdad estoy,
me dieron a libar hiel y veneno,
hiel y veneno en recompensa doy.

Pero si peco en las palabras toscas,
de estas líneas oscuras y sin nombres
doblando las rodillas en el polvo,
pido perdón a Dios, ¡jamás! al hombre.

Ramón Ortega

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