Galisteo se acurruca sobre sí mismo amparado por sólidos muros en el norte cacereño, a medio camino entre
la Vega de Coria y la monumental villa de Plasencia. Las aguas del río Alagón penetran en
la Alta Extremadura desde tierras salmantinas alimentando las fértiles vegas a su paso sobre ondulantes tierras expuestas desde hace siglos a un sol implacable. En el término de Galisteo el gozoso Jerte, en cuyo espejo se mira la villa cuando pasa bajo su granítico puente del siglo XV, acude a su encuentro tras regar El Valle dando vida al embalse de Valdeobispo. El milagro se materializa en feraces huertas de regadío donde se cultiva tabaco, maíz, algodón y pimiento, y en ricos pastos salpicados de rebaños de ovejas y cabras que forman parte del paisaje, como las piaras de cerdos, siempre en torno a la emblemática encina extremeña. Las tencas y los barbos son habituales en sus charcas y ríos, mientras que perdices y codornices surcan su cielo para deleite de expectantes cazadores.
Cuando empieza el mes de noviembre se reúnen los treinta y tres cofrades (tantos como años pasó Cristo en la tierra) que forman la cofradía del Niño Jesús, fundada en 1460. Ensayan un auto navideño dedicado al nacimiento de Jesús que representarán en la plaza del pueblo el día de Navidad. Se trata de un poema dramático de doce coloquios del teólogo del Sacramonte granadino Gaspar Fernández y Avila. Este acto forma parte de su famosa fiesta de Las Rajas, que se celebra los días 24 y 25 de diciembre.
Con cerca de dos mil habitantes, la rancia villa, de belicoso aspecto, se alza sobre un cerro en un intento de asomarse a las aguas del Jerte, cosa que consigue, a pesar de la distancia que los separa. De este río sacaron pacientemente los almohades en el siglo XIII toneladas de cantos rodados para levantar la soberbia muralla que envuelve a la población. Su originalidad la hace única. No es posible encontrar una obra de ingeniería militar de esta envergadura en ningún rincón del planeta. El protagonismo de este pueblo cacereño se inaugura como fortaleza árabe y en aras de su estratégico emplazamiento. Los musulmanes se escudaron en una poderosa arquitectura militar con la que resistir el avance cristiano hacia Andalucía, y construyeron un castillo en Galisteo con esta misión defensiva.
Pero a ellos también se debe la introducción del almendro y de la higuera en tierras extremeñas, la explotación corchera del alcornoque y el florecimiento del comercio a través de una vasta red de mercados. En el siglo XII y tras conquistar Coria, Alfonso XI expulsa de Galisteo a su último alcalde moro, Mohamed Mubio Kcihk, representante del reino de Taifa. En 1268 Alfonso X el Sabio cede la plaza a su hijo el infante don Fernando de la Cerda y más tarde Sancho IV a su hermano Pedro. En 1429 Juan II se la otorga en señorío a don García Fernández Manrique, conde de Castañeda y Osono. Galisteo conoce años de esplendor, aunque cae en manos de los dilapidadores duques de Arco y Montellano.
Sobre su encalado caserío se yergue la figura parda de la que fuera en el medievo su rancia fortaleza templaria, levantada en el siglo XIV sobre los cimientos del primitivo alcázar musulmán. Tras arrebatar Mérida a los musulmanes en 1229, Alfonso IX se compromete en el castillo a entregar ciertos dominios a la Orden de Santiago a cambio de Cáceres. Su carismática silueta bélico-religiosa, coronada por un chapitel piramidal, de divisa desde muy lejos. Las casas se apiñan pegadas a la muralla, ahorrándose un muro y metiendo en sus hogares un pedazo de sus más remotos ancestros. La iglesia de la Asunción también engalana su casco urbano con un bellísimo ábside mudéjar, y el insigne palacio de los marqueses de Lara del siglo XV aporta su nobleza.
A tiro de escopeta de Galisteo y en dirección hacia el corazón de la provincia, donde los ríos Tietar y Tajo se hermanan, Monfragüe es excursión obligada si se quiere contemplar la naturaleza extremeña en todo su esplendor. En 1979 se declara Parque Natural y alberga 18.000 ha de belleza en bruto. Las tierras de mote Fragoso (Monsfragorum para los romanos) jugaron un papel relevante en la Reconquista, en la que tuvo un notable papel el castillo de torres desmochadas que preside sus dominios. Hasta esta recia fortaleza trajeron los Templarios desde Palestina la imagen de la Virgen de Monfragüe, una exquisita talla bizantina del siglo XII. Hoy se venera en la ermita de su nombre, en lo alto de la sierra. Desde su atalaya se asiste a un espectacular despliegue de vida perfumado de romero, jara, brezo y espliego. La puesta de sol invade de mágica luz sus encinas, alcornoques, acebuches, quejigos, junto con fresnos, alisos y madroñeras. Águilas imperiales y buitres leonados sobrevuelan Monfragüe, que aloja la colonia de buitres negros más numerosa del mundo.
Galápagos, nutrias y turones se debaten en sus aguas con patos reales y garzas, mientras que ciervos, jabalíes, y linces comparten se hábitat.
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