Jarandilla tiene aún presente que Carlos I residió en su castillo desde el día 12 de noviembre de 1556 hasta el 3 de febrero del año siguiente, mientras se habilitaba el Monasterio de Yuste para su retiro. Había partido de Laredo el 6 de octubre, atravesó Medina de Pomar, Valdestillas, Medina del acampo, Horcajo de la Torre, Alaraz y Tornavacas. A Guijo de Santa Bárbara (el pueblo más alto de toda la comarca de la Vera, que suministraba frambuesas para el actual monarca) llegó exhausto, y los cinco kilómetros que le separaban de Jarandilla los recorrió “transportado a hombros por recios y fuertes jóvenes del Guijo y Tornavacas”. Cuando el Emperador preguntó cómo pagarles, éstos respondieron: “Con un pellejo de vino”.
El suntuoso palacio-castillo que levantaron los condes de Oropesa a principios del siglo XV es hoy el parador nacional de turismo Carlos V.
Dominando la villa desde un altozano se alza con planta rectangular y almenadas torres, doble recinto amurallado, cubos, puentes levadizos y un soberbio patio de armas. Entre bellos artesonados y viejos tapices se come a cuerpo de rey con vinos de la tierra, Montánchez, Ahigal o Malpartida. Frite, caldereta, águila de la tierra en salsa, sopas engañadas, truchas a la Jarandillana con jamón y pimientos de la Vera o tortilla de espárragos trigueros se ofrecen como menú. En otros templos hosteleros se agasaja al visitante con el afamado cabrito de La Vera, sopas de tomates, migas, buen jamón, queso y vino de pitarra.
La llamada Vera Alta se extiende sobre la falda de Gredos desde Tejada del Tiétar hasta Jarandilla, centro geográfico e histórico de la comarca. Flanqueada al oeste por la garganta de Jaranda –que da vida a una piscina natural- y al este por la del Cristo, respira aire serrano a 585 metros de altura. Rancias casas de balcones veratos en madera y forja amueblan sus calles rectas, largas y en pendiente. Con más de tres mil habitantes rige la vida administrativa de La Vera, alberga un centro de fermentación de tabaco y una Universidad de Verano desde principios de los años ochenta, instalada en el edificio de la Fundación La Soledad y San Manuel. Su picota se yergue frente a la ermita de la Virgen de Sopeltrán con el escudo jaquelado y las cinco hojas de higuera de la casa de Oropesa. El derruido convento de San Agustín, visitado por San Pedro de Alcántara y Carlos I camino de Jarandilla, reposa a orillas de la impetuosa Jaranda, a dos kilómetros de la villa.
Con los romanos será Municipium Flavium Vicertorium y entre los árabes, Xarandiella. En la segunda mitad del siglo XIII, Alfonso VIII funda la villa de Jarandiella bajo jurisdicción de Plasencia. Poco después pasa a la Orden del Temple, que construye una fortaleza que desde el siglo XV se erige en iglesia de Santa María de las Torres. Conserva la torre original del siglo XII, deforma semicilíndrica y con dos torreones cuadrados de gemelos ventanales. El rey Alfonso IX de León la recupera para su corona, y en 1369 Fernando III el Santo la devuelve al yugo placentino. A finales del siglo XIV Enrique II se la dona a don García Álvarez de Toledo, Maestre de la Orden de Santiago. Tras renunciar a este cargo ostentará el señorío de la casa condal de Oropesa, cuyos dominios traspasaban la sierra para alcanzar Tornavaca y su puerto, e incluso Jerte. Sus descendientes se entroncan con los duques de Alba y de Frías, y en 1599 Carlos II eleva la villa a marquesado.
La fiesta llamada “los Escobazos” se celebra la víspera de la Inmaculada, pero con antelación los jóvenes salen al campo en busca de retama, que por estas tierras se llaman escoberas. Una vez secas se atan en haces o escobones y al atardecer del 7 de diciembre acuden con ellos a la plaza Mayor, donde una vez encendidos tienen lugar una batalla campal a escobazos limpio. Sobre las nueve, un cortejo ecuestre se concentra junto a la escalinata de la portada gótica de Santa María de las Torres en espera del que porta el estandarte de la Inmaculada Concepción. Tras lanzar vivas a la Virgen empieza la procesión de los Escobazos, que con los escobones prendidos recorre las calles sembradas de hogueras mientras se entonan canciones de rancia tradición. El jueves anterior a la Asunción, lo jaradillanos festejan a la Virgen de Sopetrán. La imagen descansa en una bonita ermita de sillares de piedra del siglo XVI con planta de cruz latina y pórtico de tres arcos, y desde allí se traslada en procesión a la iglesia. Delante de la Virgen doce danzarines bailan de espaldas, sin perderle la cara a su patrona, ataviados con blusa y pantalón blanco, pañuelo en la cabeza y cintas de colores. Por la tarde la agasajan con un ofertorio y un refrigerio para todos a base de jamón y vino. El 14 de septiembre se festeja con romería al Santísimo Cristo de la Caridad, llamado popularmente el Cristo del Cincho, la amplia vega donde crían sus plantaciones de tabaco y pimiento. Acariciada por la suave brisa de la sierra de Gredos, Jarandilla hace añicos el tópico de la Extremadura polvorienta de encinas y alcornoques.
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