jueves, 17 de julio de 2008

Extremeño de adopción

José María Gabriel y Galán nació en Frades de la Sierra, Salamanca, 28 de junio de 1870. Hijo de campesinos propietarios de sus tierras. Pasa su infancia en el pueblo natal asistiendo a su escuela, y a los 15 años se traslada a Salamanca a proseguir los estudios, datando de esa época sus primeros versos. Simultáneamente trabaja en un almacén de tejidos. Obtiene en 1888 el título de maestro de escuela y se le destina a Guijuelo, a unos 20 Km de su pueblo natal. Tras una corta estancia se traslada a Madrid a continuar estudios en la Escuela Normal Central. Reside poco tiempo, pues la metrópoli le produce rechazo (la tilda en algunas cartas de Modernópolis ).

Es destinado a Piedrahíta (Ávila) donde pone en práctica los nuevos conocimientos pedagógicos adquiridos en Madrid. Su estado de ánimo es bajo, firmando las cartas a sus amigos como El Solitario.

El joven maestro se perfila ya como un muchacho triste, melancólico, muy sensible y de profundas convicciones religiosas (recibidas de su madre, Bernarda), que ya se notan en sus poemas. Al conocer a su mujer Desideria (a la que apoda cariñosamente mi vaquerilla) en 1893, sufre un cambio radical, que se acentúa a partir de su boda, un 26 de enero de 1898 en Plasencia. Abandona el puesto de maestro y se traslada a Guijo de Granadilla en Cáceres, donde administra la dehesa El Tejar, propiedad del tío de su esposa. Allí encuentra el tiempo y sosiego para madurar su poesía. Al nacer su primer hijo (Jesús, 1898) compone El Cristu benditu, primera de sus famosas Extremeñas. Fallece el 6 de enero de 1905, a consecuencia de una pulmonía mal curada. El ayuntamiento de Guijo de Granadilla mantiene la casa que habitó, como museo, donde se muestran manuscritos y objetos personales del poeta, donación de sus herederos.



Toda ciudad es dichosa

si tiene historia gloriosa,
bellos campos, cielo hermoso,
vida honrada y laboriosa,
puro instinto religioso.
Sabios hombres que admirar,
joyas de arte que lucir,
bellas mujeres que amar,
patriotismo que sentir
y caridad que imitar.
¡Vieja ciudad de los Fueros!
Tu historia cuenta legiones
de gentiles caballeros,
sapientísimos varones
y denodados guerreros.
Tus bellos alrededores
sembró la Naturaleza
de cuadros multicolores,
contrastes encantadores
que hacen mejor tu belleza.
Y eriales tienes baldíos,
y olivares pintorescos,
y peñascales bravíos
y edénicos huertos frescos,
y precipicios sombríos,
y una vega amena y grata
que riega amoroso el Jerte,
cuya corriente de plata
parece que se dilata
por si en ella quieres verte.
Y son en tan bella tierra
tan hermosos cielo y suelo,
que tu horizonte se cierra
con un pedazo de sierra
que es un pedazo de cielo.
Plasencia: para expresarte
lo deliciosa que eres,
bastaba con recordarte
tus bellísimas mujeres,
tus maravillas del arte.
Plasencia: tu historia honrosa
me ha dicho que eres gloriosa,
y mis ojos al mirarte
me dicen que eres hermosa,
que eres digna de cantarte.
Mas yo no sé si hoy tu vida
es la vida indiferente
de todo pueblo suicida,
o es vida sana y potente
de ricas savias henchida.
Vida pujante y briosa,
con cultura vigorosa
y actividades geniales
¡La vida brava y nerviosa
de un pueblo con ideales!
No sé si tú los tendrás,
pero supongo que sí,
pues no tan loca serás,
que ignores adónde vas
o mueras dentro de ti.
Pueblo que duerme es suicida,
y yo no puedo creer
que estés pasando la vida
lánguidamente dormida
sobre tus glorias de ayer.
¡Sueño loco, sueño vano,
del amor con que te mira
un rimador castellano,
que de su bárbara lira
te hace oír el canto llano!
Pueblo que tiene tu historia
debe estar siempre despierto,
y fresco está en la memoria
el recuerdo de una gloria
que dice que tú no has muerto.
Un día..., ¡qué infausto días!...,
la pobre Patria venía
llorando horribles traiciones,
con la bandera en jirones
y el honor en la agonía.
Loca, inerme, macilenta,
llorando a gritos la afrenta
que le hizo la iniquidad,
llegó a tus puertas hambrienta,
llamando a la caridad.
Y un grupo de caballeros,
heraldos de la hidalguía
de la ciudad de los Fueros,
oyó los sollozos fieros
con que la Patria gemía.
Y al frente de mucha gente
de esa que trabaja y calla,
de esa a quien llama canalla
la casta más decadente
que en las historias se halla,
salió a tus puertas gritando:
-¡Ábranse pronto esas puertas,
que está la Patria llamando,
y siempre han estado abiertas
para el que viene llorando!
Y abrió el amor en seguida
tus puertas, noble ciudad,
y entró la Patria afligida,
que en brazos se echó rendida
de tu hermosa Caridad.
¡Vieja ciudad de los fueros!
Sin alardes pregoneros,
han dicho bien lo que eres
tus patriotas caballeros,
tus compasivas mujeres.
¡Plasencia! La lira oscura
de un rimador sin grandeza
no intentará la locura
de ensalzar tanta nobleza,
de cantar tanta hermosura.
Objeto tan sobrehumano
como el de tus maravillas,
es de un Himno soberano;
no de las ruines coplillas
de un rimador castellano.
¡Funde un genio de la Historia
que eternice tu memoria
y haga tu gloria completa!
¡Engendra el hijo poeta
que sepa cantar tu gloria!
¡Plasencia: bien has ganado
tu derecho de vivir!
Tienes glorioso pasado,
tienes un presente honrado:
¡Dios te dé buen porvenir!

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