domingo, 6 de abril de 2008

GUADALUPE

Almenadas torres, cúpulas y agujas góticas se elevan al cielo en celestial sinfonía arquitectónica para anunciar la grandiosa morada de la patrona de Extremadura y reina de la Hispanidad. Surge como por arte de magia en el agreste sudeste cacereño, con la sierra de Guadalupe como telón de fondo y las de Altamira y Las Villuercas a izquierda y derecha. La Virgen Morena se venera en un conjunto monumental con aspecto de fiera plaza fortificada donde conviven en sabia armonía convento, templo y alcázar. La historia del monasterio de Guadalupe se inaugura hacia el 1300, cuando según la tradición un pastor llamado Gil Cordero encuentra su imagen. Llevaba tres días desesperado buscando una vaca extraviada y finalmente tropieza con ella muerta junto a un manantial. Ante el triste vaquero se apareció la Virgen, que tras dulces palabras resucitó al animal y desapareció. La noticia del prodigio corrió como la pólvora y, en compañía de unos clérigos, Gil volvió al lugar de los hechos. Hallaron una antiquísima talla de María, junto con unos gastados pergaminos que narraban cómo la ocultaron unos monjes sevillanos ante la amenaza del moro. La imagen se atribuye a San Lucas y cuenta que muerto el evangelista en Asia Menor, se hizo enterrar con ella. En el siglo IV se traslada a Constantinopla junto al cuerpo del Santo, desde donde partió a Roma y el Papa Gregorio Magno se la envía al arzobispo de Sevilla. Parece que en el año 711 viaja con aquellos religiosos de Sevilla, que la esconden bajo tierra.

Tras el hallazgo se construyó allí una modesta ermita y como bajo su advocación los cristianos ganaron la batalla del Salado, Alfonso XI decide levantar el colosal monasterio a finales del siglo XIV para dar gracias a su divina protección. El fervor hacia la Virgen de Guadalupe nace como emblema de lucha contra el infiel y el Santuario participa en cruciales momentos, como Lepanto y la rendición de Granada, en cuyo valioso archivo histórico conserva el documento con la firma de Isabel la Católica. En peregrinación acudían a esta meca variopintos personajes, a quienes los jerónimos acogían durante tres días y regalaban un par de zapatos para el regreso. El Manco de Lepanto vino hasta aquí para ofrecer a la Virgen sus cadenas de cautivo y también acudieron Santa Teresa de Jesús, San Vicente Ferrer, San Pedro de Alcántara, San Juan de la Cruz y Francisco de Borja. Además, se postran ante ella monarcas y emperadores. Juan Pablo II fue su último visitante de excepción. En esta mole pétrea recibieron Isabel (que llamaba “mi paraíso”) y Fernando a Colón a su regreso de América, y de sus muros partió la autorización para que tomara el mando de carabelas y tripulantes. Aquí bautizará a dos indios que trajo consigo en su segundo viaje y desde entonces todos los conquistadores dan gracias a la Virgen a su regreso del Nuevo Mundo. Durante el siglo XV se erige en Santuario de la Hispanidad. También se reunieron aquí Felipe II y el infante don Sebastián para tratar la unión de la Península en un solo reino. Alcanza la gloria con su célebre botica, el hospital y las escuelas de Medicina, y es que los monjes realizaban operaciones quirúrgicas gracias a una dispensa de Roma. Atesoraba las recetas más exquisitas de nuestra cocina, pero un distinguido oficial de Napoleón se las llevó a su esposa como valioso presente. Con la ley de Desamortización de Mendizábal le cayeron encima cincuenta años de abandono, hasta que en 1908 se hicieron cargo de su grandeza los frailes franciscanos.

El monasterio de Guadalupe, templo de fe y cultura con categoría de Patrimonio de la Humanidad, custodia recuerdos históricos y tesoros artísticos en clave gótica y mudéjar. Al cruzar las portadas ojivales de estilo mudéjar, los ojos se clavan en sus dos puertas de bronce repujado, mientras una sobrecogedora luz invade el templo a través de sus ventanales góticos. Tras cumplir visita a su pila bautismal de bronce y plata, la capilla de Santa Ana muestra un bello sepulcro de los Velásquez, obra de Anequín Egeas y la mejor escultura del Monasterio. En el crucero resalta por su belleza las verjas de hierro forjado, rematada con filigranas de encaje; en el sobrio retablo, labrado en roble y cedro por Giraldo de Merlo, como sagrario, se haya un escritorio de Felipe II. La que llaman “reina de las sacristías de España” es santuario del pincel de Zurbarán. Once telas del gran pintor extremeño, y la lámpara de la nave capitana de los turcos en la batalla de Lepanto se suma a sus encantos. Por la escalera de jaspe rojo se asciende al camarín de la Virgen, obra de Francisco Rodríguez decorado con cuadros de Lucas Jordán, donde reposa la Virgen Morena. En el joyel los monjes enseñan sus coronas, sus tres valiosos mantos –uno de ellos de la infanta Isabel Clara Eugenia-, un crucifijo de marfil atribuido al gran Miguel Ángel y un sinfín de joyas. El soberbio claustro mudéjar, presidido por un bello templete y envuelto en las delicadas fragancias de su jardín luce arcos de herradura de diferentes fundidos. El 8 de septiembre, día de la Virgen, es escenario de una sobrecogedora procesión. Por su portada plateresca se sube al coro, con sillería de nogal del siglo XVIII. En el claustro gótico, rectangular y con tres pisos de diferentes arcos, conviven los estilos clásico, gótico y mudéjar ante su palmera y una fuente con cerámica talaverana. Además, el monasterio ofrece al visitante una confortable hospedería regentada por los propios monjes donde se guisa de maravilla, y dos museos. En el de Bordados destaca el Trapo Viejo, la casulla del condestable y los soberbios frontales de la Pasión y la Asunción.

El Museo de los libros corales guarda una colección de miniaturas, con piezas que van del siglo XV al XVIII y las escuelas góticas, mudéjares, flamencas y renacentistas. Destaca un tríptico de la Epifanía, donde las caras del ángel y la Asunción son el vivo retrato de los Reyes Católicos, una virgen de alabastro de Egas y otra de marfil.

A la sombra del imponente Monasterio nació la llamada Puebla de Guadalupe. Su caserío de callejas estrechas y empedradas se viste con bellas balconadas de madera en voladizo y solariegas plazuelas. La casona de los Pizarro, la Hospedería de Nobles, construida a finales del siglo XV para la visita de los Reyes Católicos y más tarde del marqués de Riscal, y el Colegio, hoy Parador, levantado al despuntar el siglo XVI para impartir clases de canto y gramática, nos recuerdan su protagonismo. Su bonita plaza Mayor divide en dos barrios el pueblo: el de Arriba, culminado con un arco de San Pedro, y el de Abajo, donde descansa la fuente de los tres chorros y otra en la que las vergüenzas de un angelito hace de caño. Hay que recomendar algunas excursiones a lugares como La Casa de los Gusanos de Seda, en pleno bosque de helechos, castaños y robles; el Arca del Agua; Las Villuercas y el palacio de Mirabel, residencia de Isabel y Fernando. La artesanía del cobre y el latón es su fuerte y en materia gastronómica ya lo dice el refrán, “a perdiz por barba caiga quien caiga”. También hay que probar sus morcillas de berza y la caldereta regada con vino de pitarra. La Gloria es un exquisito licor hecho con aguardiente, mosto y varias hierbas aromáticas, mientras la repostería corre a cargo de las perrunillas y el nuegado, un turrón de miel y nueces.

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