domingo, 2 de diciembre de 2007

Monfragüe


MONFRAGÜE

Tres ecosistemas, el roquedo, el monte mediterráneo y el medio acuático configuran en Monfragüe un tesoro biológico sin parangón. Monfragüe ha sido llamado a ser el parque nacional número 14 de nuestra red. Gozará así de la máxima protección existente en este país. No le toca, y eso es cierto, el privilegio de ser el primer parque nacional que se crea para preservar el ecosistema más genuinamente ibérico, el bosque y matorral mediterráneos, con sus buitres negros y leonados, sus cigüeñas negras y sus garzas, con sus culebreras y sus águilas imperiales, con sus ciervos y sus ginetas, con sus jaras, madroños, brezos, durillos, sus encinas, alcornoques, arces y acebuches. Les ganó por la mano Cabañeros, quizá gracias a la movida del campo de tiro que pretendía arrasar aquellas afortunadas soledades. Cabañeros está muy bien. Su dehesa infinita, su raña es un escenario magnifico, único, sobresaliente, pero la sierra de Monfragüe es incomparable. Los roquedos que jalonan las márgenes del Tajo son la viva imagen de lo agreste y salvaje, lo abrupto y lo ancestral. En dichos canchales se da, no en vano, la mayor concentración de vida animal dentro del parque. Aquí se refugian nada menos que 513 parejas de buitre leonado, 33 de
alimoche, 27 de cigüeña negra, 5 de búho real y 6 de águila real y
perdicera (según el censo oficial de 2005).
El monte que se desparrama por sus faldas, el manto vegetal que arropa estos roquedos y pedregales, cobija asimismo otra cifra récord en cuanto a fauna se refiere, 287 parejas de buitre negro, la mayor colonia del mundo. Monfragüe es, pues, su santuario. Cerca de los buitres negros anidan 12 parejas de águila imperial, 15 de culebrera, 27 de calzada y cientos de milanos y ratoneros, quienes también prefieren la tranquilidad de las dehesas circundantes, donde coinciden con otra pequeña joya ornitológica, el elanio azul, y también con carracas, abejarucos, alcaudones, abubillas, lagartos ocelados, culebras bastardas, ginetas, lirones caretos y zorros descarados, capaces de comerte la merienda a poco que te descuides. La dehesa extremeña atesora en el entorno de Monfragüe sus mejores alcornocales, visitados en otoño e invierno por miles de grullas y millones de palomas torcaces. Este bosque aclarado por la mano del hombre mantiene un singular equilibrio, genera vida a raudales, ofrece hierba, materia prima para que los fitófagos las conviertan en carne. Aquí, el ciervo es el primer consumidor y el primer productor de biomasa. En otoño protagoniza el espectáculo de la berrea, antes de que suenen las trompetas de las grullas y de que silben las balas. Simbolizan, en cierto modo, eso que se ha dado en denominar desarrollo sostenible.
Hablar de Monfragüe, dar datos, resulta fácil. Este enclave cuenta, con un cuarto de siglo de vida desde que comenzara a caminar de la mano de Suso Garzón. La historia se escribe así, año tras año, con los desvelos de las autoridades que lo conservan, pero también con los artículos, reportajes y libros de los cronistas y escritores, que ensalzan sus virtudes o critican sus defectos, que nos cuentan lo público y lo secreto.



























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